No se entiende, si no, que personas que parecen normales hagan lo que hacen. Que la última condena por corrupción a la UDC confirme que desviaron 388.000 euros de los fondos de la UE para parados. Era dinero para gente en apuros y se lo metieron en el bolsillo; y ahí está Duran, aferrado al sillón y sin dar la talla. Por no hablar del inevitable Urdangarin, que presuntamente usó una fundación de niños con discapacidad para evadir capital.
Pero ya digo que no es solo cosa de políticos y de yernísimos. Uno de los sucesos más escalofriantes de los últimos tiempos es el caso de las preferentes. Que un montón de directivos de banco de pueblos y barriadas se hayan dedicado a estafar a sus vecinos más débiles, a ancianos ignorantes, a personas enfermas, a familias con discapacitados a su cargo; que hayan sido capaces de cometer esa infamia con gente a la que han conocido toda su vida, sabiendo además que iban a ver desarrollarse la tragedia ante sus ojos, es algo que me deja sobrecogida. ¿Cómo se transforma uno en un desalmado así? ¿En un criminal peor que un navajero? ¿Y por qué los navajeros acaban en la cárcel y esta gentuza no? ¿Por qué lo consentimos? ¿Por qué nos hemos acostumbrado a ello tan dócilmente? La primera corrupción que hay en este país es la moral: la pasividad o la complicidad ante el expolio.
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